24 de noviembre de 2011

La Isla del Tesoro

Robert Louis Stevenson



Ralph Steadman (Ilustraciones)

«—Livesey —dijo el squire—, va a dejar inmediatamente de hacer sangrías y recetar curas para la gripe. Mañana salgo para Bristol. Dentro de tres semanas…, ¡qué digo tres semanas!…, de diez días…, tendremos el mejor barco, sí señor, y la mejor tripulación de Inglaterra. Hawkins viene de grumete y ¡qué grumete vas a ser, Hawkins! Usted, Livesey, médico de a bordo; yo seré almirante. Llevaremos con nosotros a Redruth, Joyce y Hunter. Tendremos vientos propicios, travesía rápida y ninguna dificultad para encontrar el lugar, y después dinero hasta hartarnos…, hasta revolcarnos en él…, hasta para despilfarrar durante toda la vida.

—Trelawney —dijo el doctor—, iré con usted, y le aseguro que también irá Jim, y tenga la absoluta convicción de que nos será de mucha ayuda. Solo hay una persona a quien temo.

—¿Y quién es? —gritó el squire—. ¿Cómo se llama ese canalla?

—Usted —replicó el doctor—, porque no puede sujetar la lengua. No somos los únicos que sabemos de este documento».






La Isla del Tesoro es un relato oscuro. Oscuro por la conciencia de que al final del camino hay riquezas que van más allá de los sueños de la avaricia. Todos saben algo, intuyen un oscuro secreto, pero nadie lo sabe todo, excepto quizá Billy Bones, el viejo capitán que parece haber sobrevivido a una vida de pillaje, calumnias y codicia. Pero está a punto de morirse… y aunque está a punto de morir, los que saben algo importunan su condenada alma.

Acentúan la sensación premonitoria los golpecitos del bastón de Pew el Ciego en la neblina arremolinada de un solitario páramo a la orilla del canal de Bristol. La amenaza de un peligro
inminente se torna claustrofóbica, se pega como un sudario húmedo. La amenaza de un marinero con una pata de palo y la siniestra visita de Perro Negro con la mano mutilada se acercan.




Solo Jim Hawkins puede que sea inocente, pero incluso él se esfuerza demasiado en mantenerse imparcial y por encima de la lucha que desgarra a cada uno de los personajes de la historia, incluido él mismo. A todos, incluso a los respetados doctor Livesey y squire Trelawney les ciega una desmedida sed de oro.

No hay dechados de virtudes en esta novela. No hay lugar para la respetabilidad en un chirriante barco de madera tripulado por aventureros decididos a enriquecerse de golpe con un tesoro bañado en sangre, lo que los sitúa al mismo nivel que la chusma infame que lo guardó en una isla dejada de la mano de Dios. De hecho, los piratas que lo escondieron nos parecen más dignos de respeto que el que esta pandilla pudiera suscitar en una docena de relatos.






No he buscado, pues, la honorabilidad en los rostros de los personajes: son tan malos o tan buenos como cualquiera que se encuentre atrapado en la alocada rebatiña del dinero mal ganado, y esto hace tanto mejor el relato de Robert Louis Stevenson y su forma de contarlo… La caza de tesoros es un negocio desesperado. Ralph Steadman, Prólogo, 1985.




«Leer La Isla del Tesoro es una de las formas de la felicidad».
Jorge Luis Borges



18 x 26,5 cm, 312 pp, Cartoné con sobrecubierta
ISBN: 978-84-9241-293-8

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Robert Louis Stevenson

Edimburgo, Escocia, 1850 - Vailima, Samoa, 1894


Hijo de una familia de constructores de faros, pasó su infancia entre médicos y tutores. Años de enfermedad lo llevaron a definirse como «un sobreviviente entre crudos vientos y pertinaces lluvias», y a decir: «No he conocido un solo día efectivo de salud. He escrito con hemorragias, entre estertores de tos, he escrito con la cabeza dando tumbos». Cursó estudios de ingeniería y se graduó en leyes. Cuentos, ensayos, poesías, novelas, crónicas de viajes… Stevenson abordó con maestría los más diversos géneros literarios ofreciendo siempre la felicidad y el asombro. Tras cruzar el Atlántico y los Estados Unidos se desposó con Fanny Osbourne, a cuyo hijo Lloyd dedicó La Isla del Tesoro, narración publicada originalmente por entregas entre octubre de 1881 y enero de 1882 en la revista Young Folks, y bajo el seudónimo de Captain George North. Un año más tarde se editaría como libro. Stevenson cultivó la amistad de Leslie Stephen, de Henry James, de Mark Twain, así como también la de ladrones y marineros, con quienes se divertía participando en concursos de blasfemias. «La risa era entonces nuestra ocupación principal», escribió refiriéndose a sus amigos, y hasta les dedicó un ensayo a la pereza. Autor de Las nuevas noches árabes (1882); Los colonos de Silverado (1884); El dinamitero (1885); El príncipe Otón (1885), El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde (1886), con la que alcanzó el éxito literario, o Flecha negra (1888), se estableció con su familia en la Polinesia en 1889. Fue uno de los primeros occidentales en denunciar el maltrato colonial. Al salir de prisión merced a los oficios de Stevenson, el jefe Mataafa mandó construir un camino hasta el hogar de su benefactor, que se llamó, que aún se llama, «vía de la gratitud». Los nativos lo llamaron Tusitala, ‘el narrador de historias’. Murió en su hogar de Vailima a causa de una hemorragia cerebral. Cumpliendo con su voluntad, los amigos se abrieron paso en la espesura y le dieron descanso en lo alto del volcán Vaea, de cara al mar.

Ralph Steadman

Wallasey, Inglaterra, 1936



Dibujante y caricaturista, estudió artes y diseño en el East Ham Technical College y en el London College of Printing. Sus ilustraciones satíricas en el ámbito social y político le han valido el reconocimiento internacional. Su obra, apreciada por varias generaciones de artistas, ha sido publicada con gran éxito tanto en Europa como en Norteamérica. Sobre su personal manera de trabajar, declaró: «De joven iba a cambiar el mundo, pero el mundo empeoró, mi estilo se fue cargando de furia y empezaron a surgir manchas; como parecían muy naturales, estrellaba el pincel o la pluma contra el papel y conseguía maravillosos dibujos borrosos». Ha trabajado para Punch, Private Eye, The Daily Telegraph, The New York Times, The Independent y Rolling Stone. Con el escritor norteamericano Hunter S. Thompson colaboró en el nacimiento del periodismo gonzo, cuya expresión máxima es Fear and Loathing in Las Vegas, que él ilustró y Terry Gilliam llevó al cine. Como autor contó la vida del fundador del psicoanálisis en Sigmund Freud; la de Leonardo da Vinci en I Leonardo, ganador del W. H. Smith Illustration Award; y la historia de Dios en The Big I Am. Ha realizado inspiradas etiquetas de cervezas y de vinos, y durante años recorrió el mundo visitando bodegas y viñedos; de esa experiencia nacieron The Grapes of Ralph y Still Life With Bottle. También ha ilustrado Fahrenheit 451, de Ray Bradbury; The Milldenhall Treasure, de Roal Dahl; The Devil’s Dictionary, de Ambrose Bierce; Treasure Island, de Robert Louis Stevenson, y Alice in Wonderland, de Lewis Carroll, por el que recibió el Francis Williams Book Illustration Award y el American Society of Illustrators’ Certificate of Merit. En Francia obtuvo el Black Humour Award, en Holanda el Silver Paintbrush Award y la BBC premió sus ilustraciones de sellos postales. En 1979 fue elegido por AIGA (American Institute of Graphic Arts) como el Ilustrador del Año. Steadman ha experimentado en el campo de la animación y la literatura infantil con obras como el célebre álbum Punto.com. Reside en Kent, por cuya Universidad es doctor honoris causa.

22 de noviembre de 2011

Fábulas

Jean de La Fontaine / Marc Chagall



Traducido por Marta Pino Moreno

«Él la engatusa, ella le halaga;
él no halla en ella nada de gata,
y, llevando el error hasta el extremo,
la cree mujer en todo y por entero».


Exhortaciones morales, máximas para la supervivencia, instrumento pedagógico, pero también tentativa de comunicación del ser humano con la naturaleza, las Fábulas escritas por Jean de La Fontaine a la sombra del Rey Sol recogen y trascienden una tradición que hunde sus raíces en la Antigüedad y beben de diversas vertientes literarias, orientales y occidentales, para entregarse a la poesía con mayúsculas.

«¿Encargar la ilustración de La Fontaine, un poeta tan esencialmente francés, a un ruso, y nada menos que a Chagall? ¡Qué sacrilegio!». L’Art vivant, 15 de diciembre de 1927

Presentadas por primera vez en París en 1930, las ilustraciones de Marc Chagall para las Fábulas provocaron virulentas reacciones, tintadas de abierto antisemitismo, por parte de algunos críticos de la época: «¿Cómo un judío eslavo osaba acercarse al alma latina?» —se llegó a sugerir—. Mientras, otras voces descubrían un nuevo lenguaje, onírico y colorista, que recogía gran parte de los avances de las vanguardias y mostraba la necesidad de revitalización de la cultura francesa del período.

En la presente edición Libros del Zorro Rojo recupera cuarenta y tres gouaches firmados por Chagall para las Fábulas de La Fontaine, un conjunto que constituye un tramo vital del artista en el que se reafirma su genio a medida que crece su notoriedad, en el que se consolida su inserción social como migrante al tiempo que su arte se distingue y marca una época.

18 x 26,5 cm, 112 pp, Cartoné con sobrecubiertas
ISBN: 978-84-9241-274-7

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Marc Chagall

Vitebsk, 1887 – Saint-Paul-de-Vence, 1985



«Quizás es mi arte […] el arte de un demente, mercurio centelleante, un alma azul que invade mis cuadros», dijo de sí mismo Marc Chagall, creador de un universo visual poblado de recuerdos infantiles, tradiciones folclóricas y literarias, historias bíblicas y anécdotas convertidas en escenas intemporales. Nacido en una familia judía de Vitebsk (actual Bielorrusia), Chagall es uno de los artistas más relevantes del siglo XX. Tras un período formativo en San Petersburgo, su pintura adquiere en París los colores del fauvismo y las formas del cubismo. Después de la Revolución rusa pinta decorados para el Teatro Judío de Moscú y comienza un período clave del que nacen obras como «La Promenade» o «Au dessus de la ville», pero la emergencia de la abstracción impuesta por el nuevo régimen le lleva a buscar nuevos horizontes. Al finalizar Mi vida, su autobiografía ilustrada, inicia un periplo que le llevará, en 1923, definitivamente a París, donde el influyente marchante Ambroise Vollard le encarga la ilustración de Almas muertas de Gogol y de las Fábulas de La Fontaine. André Breton dijo: «Con él, y solo con él, la metáfora emprende su regreso triunfal a la pintura moderna». El nazismo lo incluye en la exposición Arte degenerado y en 1941 se refugia en Nueva York. De regreso a Francia en 1948, decora la Catedral de San Esteban de Metz y la Ópera de París. Trabaja el fresco, la cerámica, la vidriera y el tapiz, e inicia el ciclo del Mensaje Bíblico, donado al Estado francés para el museo que lleva su nombre en Niza. Sin haber abandonado nunca el trabajo, fallece a los noventa y siete años el 28 de marzo de 1985. Picasso había dicho de él: «Debe tener un ángel en algún lugar de su cabeza».

Jean de La Fontaine

Château-Thierry, 1621 – París, 1695



El nombre de Jean de La Fontaine marca un tramo fundamental de la literatura francesa del Grand Siècle. Nacido en una familia acomodada proveniente del funcionariado de Luis XIII, y tras un breve paso por un seminario parisino, entró en contacto con el mundo cortesano —al que accede tras licenciarse en derecho— y la poesía, que comienza a practicar en su pueblo natal, declamando oculto en la espesura del bosque. Las tareas de gestión forestal heredadas de su padre en 1652 suponen una carga pero le permiten el contacto con un hábitat natural, escenario de sus Fábulas; «A menudo encontramos nuestro destino en los caminos que tomamos para evitarlo». Mantuvo una constante cercanía al poder: entre sus mecenas se contaron el influyente ministro Fouquet, así como varias de las nobles y favoritas de la corte de Luis XIV. Activo en el clima intelectual parisino, formó parte del llamado Cuarteto de la Rue du Vieux Colombier, junto a Molière, Racine y Boileau, en 1684 ingresó en la Académie française, donde tomó parte en las intrigas, políticas y estéticas, que dieron lugar a la querella entre antiguos y modernos. Inclinado hacia los primeros, basó su carrera en una personal relectura de los clásicos, pero también recuperó tradiciones no europeas, como en las Fables choisies, mises en vers, dedicadas al Delfín de Francia. Legó asimismo lúcidas piezas de teatro y cuentos, entre ellos una colección de relatos licenciosos que le ocasionaron problemas con la censura. En 1693, obligado a renegar de su obra erótica prometió dedicarse a «obras piadosas». Murió en 1695 el escritor al que Flaubert considerará el único de su época capaz de entender y dominar las texturas de la lengua francesa.

8 de noviembre de 2011

Los sueños de Helena

Eduardo Galeano



Isidro Ferrer (Ilustraciones)

«Durmiendo, nos vio. Helena soñó que hacíamos fila en un aeropuerto igual a todos los aeropuertos y estábamos obligados a pasar, a través de una máquina,
nuestras almohadas. En cada almohada, la almohada de anoche, la máquina leía los sueños. Era una máquina detectora de sueños peligrosos para el orden público».




A lo largo de su narrativa, Eduardo Galeano ha ido escribiendo los sueños de Helena, su esposa. Este libro los reúne por primera vez en una edición especialmente iluminada por Isidro Ferrer, quien ha sabido interpretar con admirables composiciones toda la belleza de unas historias soñadas para soñadores de cualquier edad.


Si los sueños son una forma de escritura, en la rescritura de Galeano estos se nos revelan con la misma poesía que caracteriza sus otras historias, las que su obra ha ido recogiendo en cantares y memorias.






16,5 x 24 cm, 64 pp, Cartoné con sobrecubiertas
ISBN: 978–84–92412–96–9

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7 de noviembre de 2011

Eduardo Galeano

Montevideo, 1940 - 2015



Desde principios de 1973 vivió exiliado en Argentina y en la costa catalana. A principios de 1985 regresó a Montevideo, donde actualmente vive, camina y escribe. Es autor de varios libros, traducidos a numerosas lenguas. En ellos comete, sin remordimientos, la violación de las fronteras que separan los géneros literarios. A lo largo de una obra donde confluyen la narración y el ensayo, la poesía y la crónica, sus libros recogen las voces del alma y de la calle ofreciendo una síntesis de la realidad y su memoria. En dos ocasiones fue premiado por la Casa de las Américas de Cuba y por el Ministerio de Cultura del Uruguay. Recibió el American Book Award de la Universidad de Washington; los premios italianos Mare Nostrum, Pellegrino Artusi y Grinzane Cavour; el Premio Dagerman, en Suecia, y la Medalla de oro del Círculo de Bellas Artes de Madrid. Fue elegido primer Ciudadano Ilustre de los países del Mercosur y fue galardonado con el Premio Aloa, de los editores de Dinamarca; con el Cultural Freedom Prize, otorgado por la Fundación Lannan; con el Premio a la Comunicación Solidaria, de la ciudad de Córdoba, y con el Premio Manuel Vázquez Montalbán, del F. C. Barcelona. En Libros del Zorro Rojo publicó Sueños de Helena, con ilustraciones de Isidro Ferrer e Historia de la resurrección del papagayo, con esculturas de Antonio Santos.

Isidro Ferrer

Madrid, 1963


Diseñador, afichista, ilustrador, graduado en arte dramático y escenografía, es uno de los artistas gráficos más reconocidos de la actualidad. En el campo de la ilustración editorial ha publicado, entre otros: El vuelo de la razón (Premio del Ministerio de Cultura de España al libro mejor editado, 1993); Yo me lo guiso, yo me lo como (Premio Laus de Plata de Ilustración, 1996); El verano y sus amigos (Premio Lazarillo de Ilustración, 1996); En cosme i el monstre (Premio Crítica Serra d’Or, 2000); Una casa para el abuelo (Premio Daniel Gil de Ilustración, 2003; Premio Junceda de Ilustración, 2006 y Premio Nacional de Ilustración, 2006); Libro de las preguntas, de Pablo Neruda (Premio de la Asociación Española de Profesionales del Diseño, 2006 y Premio Cálamo al mejor libro, 2006). Su obra ha sido expuesta en numerosos países de Europa, América y Asia. Isidro Ferrer reside en Huesca, donde se dedica al cartelismo, al diseño editorial, a la ilustración y a las series de animación. Sobre sus gustos ha escrito: «Del color azul me gusta el azul. De los perros me gusta que tengan plumas de caballo.
Me gusta encontrar las caras escondidas en un taco de madera, las caras reveladas en un sello, en una moneda. De las hojas me gusta el libro. De la pared me quedo con un cartel; aunque de
la pared también me gusta el laberinto».